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El adiós

  • Walter Andrei
  • 1 jun 2019
  • 5 Min. de lectura

Uno a un costado del otro, tomados por las manos, pero alejados por la inmensidad del universo.

—¿En qué piensas? —le pregunta el hombre, acercando su mano a la de su acompañante. Una bella mujer, con cabello castaño y ojos color chocolate, uno bastante amargo pero no suficiente como para impedir deleitarse.


La mujer aleja rápidamente su mano del cuerpo del hombre. De forma inesperada un frío desolador le recorre cada uno de sus dedos, expuestos a la intemperie. No voltea a ver al hombre, conoce perfectamente la expresión que tiene, años de estar a su lado le han enseñado todas y cada una de sus reacciones.


—Te he hecho una pregunta Eangf —inquiere nuevamente el hombre, intentando tomar de nueva cuenta la mano de la mujer que lo acompaña; pero ella la retira ferozmente—. Tan siquiera merezco una respuesta, no lo hagas por mí, ni por ti, sino por el tiempo que llevamos juntos.


La mujer parece inmutable, sentada en una silla de madera, rústica, tal y como le gustan. Naud acostumbraba a invitarla seguido a estos lugares, sabe perfectamente que ella adora estos ambientes naturales, una mesa cerca de un río, escuchar el viento golpear la cumbre de los árboles; ver a la fauna una vez más en forma silvestre es lo que más feliz le hace de venir a este lugar. Empero, hay algo en el Naud que tiene frente a ella en estos momentos que no lo hace el mismo que hace un par de decenios. Ella ha cambiado, no lo puede negar, y mucho menos que él lo ha hecho. "Dicen que los cambios son buenos" se recuerda a diario cuando se despierta y pregunta si realmente en lo que se ha convertido el ser al que amó hacía tiempo, es con quien quiere seguir pasando sus días. Conoce la repuesta, simplemente no la quiere aceptar; no puede aceptarla, son veinte años lo que la detiene.


—Tal vez merezcas una respuesta, pero sabes muy bien que no te va a gustar —espeta la mujer, tratando de no dejar en evidencia el dolor y sufrimiento que llevan cada una de las palabras que está diciendo.


—Vamos, siempre he estado ahí para ti. Hemos salido de muchas juntos, sabes que puedes confiar en mí —agrega Naud con voz delicada, suave y dulce como un algodón—. Recuerdas aquella vez en que fuimos a nadar...


—Sí, no es la primera vez que me la recuerdas —agrega Eangf con la intención de detener la historia que comenzaba el hombre.


—... estaba a tu lado, el bote estaba a punto de volcarse. Estabas muy asustada, jamás habías nadado, y no llevábamos chalecos ni salvavidas. ¡Nada! Estábamos solos y a la deriva, solo nos teníamos tú y yo.


—De acuerdo, la recuerdo. Es suficiente, ¿a dónde quieres llegar con esto? ¿Cuál ha tu intensión al haberme traído aquí? —argumenta con un tono de voz sigiloso, probando suerte. Sabe que a Naud le incomoda que le descubran las sorpresas, y no sería la primera vez en que ella se la arruina y acaban peleados por alrededor de un mes, prácticamente sin hablar. Dos personas ignorándose una a otra, pero durmiendo en la misma habitación.


El silencio se apodera del lugar, una mirada de soslayo por parte de Naud es la que advierte a Eangf de que la sorpresa está por llegar. Ambos cuerpos se tensan mientras las luces comienzan a apagarse, solo uno de ellos sabe lo que está por venir; y por eso entra en pánico.


Al fondo del lugar una pantalla comienza a hacer acto de presencia, pareciera como si en aquel lugar se tomaran muy en serio la idea de recuperar las tradiciones antiguas, porque en lugar de dispositivos holográficos, o de realidad aumentada, sacan un pequeño proyector de imágenes en negativo. Pocos segundos después la primera imagen está completamente nítida, desplegada a lo largo de una pared de casi tres metros de longitud. Una frase es la que invade la pared:


"Nuestros bellos recuerdos juntos: Eangf y Naud. Juntos por siempre"


Naud toma un pequeño artefacto, lo presiona, y la siguiente imagen se hace presente en el lugar. Es aquella que tomaron momentos después de que lograran estabilizar de nueva cuenta el bote, y Naud lograra tranquilizar a Eangf, asegurando que nada le iba a pasar si se quedaba con él.


Una a una las imágenes iban pasando, cada una con un toque sentimental más y más profundo. Las lágrimas brotaban con más intensidad con cada imagen que pasaba.


Después de la foto del bote, todas fueron apareciendo en orden cronológico, primero las más recientes, y con cada una que pasaba, los años se iban haciendo notar. Poco a poco las fotos fueron llegando hasta el principio de la relación, hasta aquel primer momento que disfrutaron ambos juntos, llenos de júbilo y felicidad el uno por el otro.


Esa primera foto se queda estática en la pared, Naud suelta el control, se levanta con dificultades de su silla, y comienza a avanzar hacia Eangf. A cada paso que da, en la cabeza de Eangf aparecen recuerdos de cuando estuvieron juntos, de todas aquellas veces en que él caminaba en dirección a ella, ofreciéndole un gran abrazo, uno que aseguraba curar cualquier mal. Ahora lo ve una vez más, y desea recuperar todos aquellos momentos con él, cuando eran otras personas, pensaban diferente y se comportaban diferente.


El abrazo jamás llega, el hombre se queda detenido a mitad de camino, y saca una carta. La deja en el centro de la mesa y sale del lugar sin decir nada más. Eangf no tarda en abrirla, no comprende nada en absoluto de lo que está sucediendo. Abre el sobre y comienza a leer el pequeño párrafo que está en el centro:


"Sabes, conozco perfectamente en lo que estabas pensando hace unos momentos. Sé que dudas que pueda seguir siendo aquella persona a la que amabas, con la que querías pasar tus mejores momentos, aquellas con quien compartirías todas tus sonrisas. Lamento ya no poder ser esa persona, y créeme, todos los días me despierto y recuerdo cómo éramos antes, lo que sentíamos el uno por el otro. Ahora queda en tus manos la decisión, frente a ti hay dos puertas, la de la izquierda te conducirá conmigo, de regreso a donde nuestra vida actual; mientras que la de la derecha te dará la oportunidad de comenzar una nueva vida, sin remordimientos ni pesares, capaz de volver a vivir todo lo que quieras, creo que sabes a lo que me refiero, sabes muy bien que fui yo quien desarrolló el método. Toma tu decisión, eres libre de hacer lo que quieras con tu vida, la mía ya ha sido perfecta estando a tu lado."


La mujer arroja la carta sobre la mesa y sale corriendo en dirección de una de las puertas.


Momentos después una mujer pasa a un costado de Naud, lleva algo en la mano. Se detiene y lo voltea a ver:


—¿Es usted el señor Naud? —es correcto. La señora afirma con la cabeza y le entrega la carta para seguir avanzando sin voltear atrás en ningún momento.


Las lágrimas no paran de brotar de los lagrimales de Naud mientras lee el fragmento que le ha dejado Eangf:


"Para estos momentos ya sabrás cuál ha sido mi elección. Lamento que haya tenido que ser así, pero he descubierto que los recuerdos son el mayor candado que tenemos los seres humanos; nos reprimen y nos impiden seguir avanzando. Los recuerdos sólo sirven para hacernos sufrir, para recordarnos lo que ya no podremos tener jamás. Sabes que te dese lo mejor, y que nuestros años juntos fueron los mejores, pero mientras sucedían, no como recuerdos, porque convierten el momento en un mártir de nuestras decisiones y no nos dejan ver con claridad. Te deseo lo mejor, y recuerda el bien que le has hecho a la humanidad con tu nueva técnica, por fin encontraste la forma de darles libertad. Es ese el mejor regalo que me pudiste haber dado: liberarme de tus recuerdos."

Créditos imagen de portada: Geronimo Giqueaux on Unsplash.

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