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Yo, mi yo paralelo

  • Walter Andrei
  • 12 ene 2019
  • 4 Min. de lectura

Me levanto de la cama con algo de dificultad. Siento como si fuera el polo norte de un inmenso imán de neodimio, y yo el polo sur que está atrayendo.

Hago mi mayor esfuerzo para poder vencer la fuerza de atracción del mueble que me atrae a colocarme sobre de él y permitir que mis conexiones neuronales se recuperen después de un día cansado. Sin embargo, no puedo; afuera hay una vida que se tiene que vivir.


Salgo de mi casa, cierro la puerta con un fuerte golpe, asegurándome que los vecinos la hayan escuchado —me gusta molestarlos, es mi venganza porque siempre me están reclamando cosas—.

Me dirijo hacia mi trabajo, como todos a estas horas del día. Después de que un matemático consiguiera hacer el modelo más eficiente para el funcionamiento de las ciudades, tenemos que seguir cierto itinerario.


Tomo una pequeña lanzadera y salgo disparado hacia la ubicación donde estoy destinado. Son alrededor de doscientos kilómetros por hora la velocidad máxima que pueden alcanzar. Este nuevo transporte, como muchos de los antiguos, es subterráneo. Esto con la intención de permitir que el paisaje de las ciudades se mejorara. El transporte sobre la acera ha quedado reservado a turismo únicamente, por lo que todas las vialidades se han hecho subterráneas, lo mismo que las entradas a todas las oficinas, hogares, y locales comerciales —excepto aquellas reservadas también para el turismo—. En pocas palabras las ciudades han sido divididas en dos: las que vienen a admirar los turistas —en pocas palabras: la bonita, la espectacular, la impresionante, la que todos quieren ver—, y la horrible, sucia y poco atractiva vida real en la ciudad, escondida en el subterráneo.


Las multitudes no han desparecido a pesar de las mejoras en los transportes y tantas reformas en las formas de trabajo. Pero eso no me incumbe mucho, no me interesa la superficie terrestre, tan superflua y vana que cualquiera que ha nacido aquí la ha tocado. No, a mí me gustan las cosas más especiales, por eso he dedicado mi vida entera a llegar al lugar donde me encuentro: las misiones a otros planetas.


Tan solo en este año hemos enviado más de una veintena de espaves a planetas lejanos. Mientras tanto ya estamos llevando a cabo la construcción de aquella afortunada que abrirá un nuevo camino, un nuevo hito entre nosotros como pocos se han visto: vamos a llegar a un nuevo planeta. En esta ocasión ya nos han mandado todo lo necesario de las diversas masas de polvo cósmico en donde se han extraído materiales nuevos. Recién llegaron los paquetes procedentes de Venus, Marte, Neptuno y finalmente, tarde como siempre: la Tierra.


Hace tiempo que todas las empresas de gran importancia fueron transportadas a diversos lugares, retirándolos de tan sepulcrales e inhóspitas condiciones en la Tierra; ya fueran gubernamentales o privadas, las de mayor importancia fueron trasladadas a sedes con las mejores características para sus fines. Al principio creyeron que iba a ser como el periodo de conquista y las colonias; pero evidentemente llegar a un planeta nuevo no es lo mismo que llegar a un continente desconocido.


Hubo tal grado de problemas, que se llegó a pensar en abortar el proceso de traslado; incluso se llegaban a ver en los periódicos y noticieros la fatal noticia de que, a pesar de tener la capacidad y la forma, jamás se iba a salir del planeta porque no era rentable.


Empero, aquello quedó ya en el pasado. Debido a un gran esfuerzo estamos aquí.


—¡Todo listo! —me anuncian por un dispositivo Fari a decenas de kilómetros de distancia—. Podemos comenzar con la cuenta regresiva.


La emoción brota por todo mi cuerpo, me resulta imposible esconderla. Es el quinto año que estoy al mando del movimiento de ésta área, lo cual presume ser mi sueño hecho realidad. Sin embargo eso no me quita de la mente que las cosas, en todo momento, a cualquier instante pudieron haber sido diferentes. Si es cierto que con cada bifurcación se crea un universo paralelo, no podría imaginarme la cantidad que debería de haber, quizás por eso no todos están de acuerdo con la propuesta.


Pero eso no le quita lo tentador, no deja de ser alucinante la idea de que, a cada momento, cada instante, se estén generando universos donde las decisiones contrarias se llevan a cabo: ¿cómo serían? ¿Qué sucedería? ¿Cómo puede ser posible aquello?


Alguna vez escuché algo referente a la realidad, sencillo: ¿qué es la realidad? Pero más que eso: ¿la realidad existe porque alguien la puede ver? ¿O ésta puede ser observada porque existe? Preguntas tan antiguas como el lenguaje mismo, pero que remontan grandes dificultades para poder responder.


Aunque, si existen los universos en donde las acciones opuestas a la realidad que creo que es la realidad se llevan a cabo, eso quiere decir que quizás en alguno de esos universos ya hayan comprendido y resuelto la complicación que concierne a la conjetura —para nosotros— correspondiente a la realidad. Si lo han resuelto, ¿la querrán compartir? No, antes que eso, ¿la podrán compartir? ¿Será que, de existir aquellos universos donde todo sucede de forma inversa, podamos llegar a ellos si seguimos viajando por el cosmos tal y como lo hemos estado haciendo?


No lo sé, pero la idea abruma mi mente y a la vez al deja volar libremente. ¿Será que también se creen aquellas diferencias incluso con respecto a lo que se piensa, que haya un universo paralelo donde yo mismo pienso diferente a como lo hago? ¿Cómo podría llegar a ser eso? ¿Qué pensamientos sería capaz de crear aquel nuevo yo que no soy yo? Las preguntas abundan y las respuestas —como es costumbre— escasean. ¿Será que en aquellos universos haya cambios? ¿Pueden haber universos paralelos de los universos paralelos? ¿Cómo saber que yo, mientras me pregunto esto, no soy más que la creación de otro yo que está pensando lo contrario a mí? ¿Cómo puede haber un contrario de un pensamiento? ¿Cuál es el motivo de trasladar teorías físicas tan distantes y aplicarlas a cuestiones que ni siquiera es capaz de comprender?


Dejo que las preguntas sigan saliendo, a final de cuentas, ¿cuál es la probabilidad de que yo no sea más que la creación de mi otro yo en un universo paralelo, y que sea él —que a la vez soy yo— el que realmente dirija todos mis actos?


Photo by Marc-Olivier Jodoin on Unsplash.


Créditos imagen de portada: Erik Eastman on Unsplash


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