top of page

No es negro, es la reflexión de todos los colores

  • Walter Andrei
  • 9 mar 2019
  • 4 Min. de lectura

Me levanto del asiento, avanzo unos pasos y vuelvo a sentarme.

Me giro para ver a la persona que me acompaña. Seria, tranquila y con poca expresión gestual. Abro y cierro los ojos, muevo mis brazos. Todo se comporta de la forma esperada. Me vuelvo a levantar, observo mi rededor: prácticamente vacío.


Doy unos pasos más para ingresar a la matriz del lugar. Me detengo de nueva cuenta, espero alguna señal sobre si lo que estoy haciendo está mal; pero nunca llega. Sigo avanzando de la forma en que mi conectoma cree que es correcto, la que esperan que haga. Pero, ¿quién espera que lo haga? ¿A quién debo de satisfacer con mis movimientos?


Me detengo en seco, provocando que los músculos de mis extremidades inferiores sufran debido a la cantidad de neurotransmisores y hormonas que los hacen actuar. La eficiencia de mis interneuronas ha bajado, pero no sé la razón de aquello. Simplemente siento cómo ya no soy el mismo que hace unos instantes.


Es posible que mi sistema nervioso simpático se haya visto superado por el parasimpático, o quizás es simplemente la falta de oxigenación en sangre, o es posible que ninguna de ellas. ¿Cómo saberlo? No tengo maneras de medirme en estos instantes, aunque nadie quita que quisiera estudiarme mientras todo esto sucede.


Cierro un ojo, el mundo da vueltas en una dirección. Hago lo mismo, pero con el lado contrario: mismo resultado. Es como si estuviera perdiendo el equilibrio, si me fuera de lado. Miro en todas direcciones buscando una respuesta a lo sucedido, pero mis ojos ya no son capaces de ver como antes. Según mi percepción no son los fotoreceptores los del problema, ni los bastones ni cualquiera de los tres tipos de conos. Es muy probable que las señales que viajan por el nervio óptico sean perfectamente normales, por tanto, es altamente probable que el problema sea más arriba en la jerarquía del procesamiento de señales.


Mi visión apenas es capaz de visualizar sombras que inundan lo que me rodea, todo analizado como si tuviera una distribución de frecuencias baja; como si fuera un tapizado monótono del cual no pudieran obtenerse bordes. Tal como si las neuronas ON/OFF no estuvieran funcionando de la mejor manera, haciendo que el degradado característico de los bordes en la imagen tuviera un suavizado normal con una desviación estándar tendiendo a infinito. Intento mover mis músculos, pero el proceso fracasa rotundamente, no soy capaz de interpretar lo que me rodea a partir del ingreso de fotones a mi retina, para su posterior análisis.


Opto por otro método para identificar el ambiente que me rodea, mi siguiente opción es la auditiva. Intento no caer en un ataque de pánico, y medianamente lo logro; sin embargo, no es por un entrenamiento feroz de control personal, sino que la curva de glucosa que poseo en mi cuerpo ha de caer de forma exponencial hacia una convergencia inevitable cerca del cero. Los glóbulos rojos pierden consistencia debido a la falta de oxígeno en sangre, dejando los enlaces del fierro completamente libres, haciendo de la hemoglobina simplemente un conjunto de proteínas enmarañadas sin función de transporte. La compresión de mi caja torácica hace que el diámetro de mis alveolos se reduzca lo suficiente para impedir el traspaso de iones por su membrana, haciendo que el intercambio gaseoso sea prácticamente nulo.


Una zona de mi lóbulo frontal me indica que mis ojos están abiertos, que los pares craneales encargados de la percepción de fotones en el rango visible están activos. Que los átomos de las proteínas de los fotoreceptores están sufriendo el mismo efecto cuántico que cualquier otro átomo cuando llega un fotón con la energía suficiente para activarlo, que lo hace cambiar de orbital y desencadenar toda una cascada de potenciales —tanto inhibitorios como excitatorios— que pasa por neuronas bipolares, para llegar a los ganglios del nervio óptico, que llevaran toda esa información hasta la corteza visual primaria —donde sospecho que se ubica el fallo de todo el sistema, o quizás en alguna de las cortezas visuales posteriores— y ahí comenzara el proceso de decodificación de la información eléctrica percibida. En estos instantes pareciera como si un cuerpo negro estuviera frente a mí, imposibilitando el paso de cualquier longitud de onda de radiación electromagnética; y emitiendo —en este caso dada su temperatura— su mayor pico en el rango del infrarrojo. Toda esta radiación me llega directamente, como si tuviera al sol frente a mí y no tuviera ni la distancia que separa a la Tierra del Sol, ni mucho menos una capa de moléculas triatómicas de oxígeno que contengan dicha radiación.


Mi temperatura comienza a aumentar, las moléculas que me componen incrementan su energía cinética, golpeando cada vez con más intensidad las paredes de que las contienen; sin embargo, no siento calor. Impulsos eléctricos hacen su viaje por todo el sistema nervioso, partiendo desde el encéfalo, para ingresar a la médula espinal y de ahí dirigirse hacia las terminales nerviosas en mis músculos, haciéndome padecer de calosfríos. Me doy cuenta de que mi temperatura sencillamente está aumentando por una razón: mis glándulas sudoríparas entrar en acción, liberando cualquier cantidad de iones disueltas en el líquido vital que me compone en más de tres cuartos de mi cuerpo.


Mis ojos vuelven a convertirse en los sensores al mundo exterior que alguna vez fueron, pero con una capacidad nefasta. Me conformo con ello, volver a ver sombras que me rodean me indica que algo está regresando a su normalidad —o eso quisiera pensar—, para dar paso a la recuperación del ATP perdido durante todo el proceso de sufrimiento.


Escucho apenas una voz en la lejanía. Me pregunta por mi estado, quiere saber si me encuentro bien. La respuesta es sencilla: no lo sé, pero estoy vivo. Empero, me veo incapaz de contestar, simplemente asiento con la cabeza, provocándome una punzada de dolor en la zona temporal.


No la temporal que depende de la variable física, sino la fisiológica; del cerebro. Aunque, respecto a la variable física: resulta impresionante todo lo que acaba de pasar, y fue apenas en cuestiones de segundos. Para algunos muy poco, para otros una eternidad, todo depende de con qué lo compares; pero son segundos que pueden hacer la diferencia entre el desequilibrio termodinámico —la vida— y el equilibrio.

Créditos imagen de portada: Pawel Nolbert on Unsplash.

Comments


bottom of page