top of page

Localizando...

  • Walter Andrei
  • 2 mar 2019
  • 5 Min. de lectura

Primero de color azul, después verde; y otra vez azul. Un cambio intermitente.

Todos están completamente atentos. Sus músculos tensos, preparados para la acción. Dentro del lugar hay más ordenadores que personas —resultado de nuevas políticas—. La relación es notoria, prácticamente por cada ser humano dentro hay tres ordenadores.


Las luces siguen parpadeando en todos y cada uno de los ordenadores. Apenas un arreglo de pixeles en una pantalla llena de miles de ellos; pero lo importante es aquello que significan, no precisamente lo que son.


—¡Ya tienes los datos! —farfulla con intensidad el comandante Aoasdh, dirigente del grupo que se encuentra a su mando, a la espera de las órdenes a seguir.


—Ya le dije que no, ¡necesitamos más precisión! —contesta la voz detrás de los ordenadores. Geklakd es prácticamente el estereotipo de los programadores, sentado sobre una silla en la que apenas y cabe la mitad de su trasero—. ¡Tiene que esperar!


El gesto del comandante expresa perfectamente su sentir al respecto: un total y completo odio. Desde el comienzo la relación entre ellos fue de una fricción insoportable; sin embargo, los militares están entrenados para seguir órdenes; y el caso de Geklakd es algo especial: no tenía de otra.


Hace tiempo que se veía venir el futuro de aquellas personas que hacen algoritmos, y aquellos que los programan: se iban a quedar sin cosas que hacer. La cuestión recae en que, una vez hecho un algoritmo, ya no hay más que hacer: ya está hecho, lo único que podría quedar sería hacerlo más eficiente. Pero, como todo matemático sabe perfectamente: siempre hay un límite. Geklakd estuvo en esa situación, ya no había mucho dónde pudiera encontrar un lugar para desempeñar sus habilidades, o por lo menos no hasta que salió la convocatoria en la que participó y quedó dentro de las filas que ahora se encuentra.


Sin embargo, no era precisamente lo que él estaba buscando. Su labora recae en revisar que los algoritmos ya desarrollados, hagan bien su trabajo; además de interpretar lo que el ordenador le despliega en pixeles con combinaciones de los tres mismos colores con los que el ojo humano cuenta fotoreceptores. Definitivamente una decepción para él, pero de alguna manera tenía que conseguir dinero para poder comer.


Los colores siguen desplegándose en las múltiples pantallas que rodean a Geklakd, así como los gritos por parte del comandante Aoasdh exigiendo saber si los datos desplegados son los suficientes para comenzar con la operación. A lo cual la respuesta es siempre negativa, exigiendo más precisión para poder actuar. La desesperación vuelve a caer sobre de Aoasdh, pero no puede hacer mucho más que esperar; así fueron sus órdenes.


Los puntos comienzan a moverse de forma sincrónica, avanzan en una dirección, después en otra; lo suficiente para suponer que algo está sucediendo. La cabeza del comandante se acerca cada vez más a los ordenadores, intentando interpretar lo que está sucediendo; y lo logra a medias, empieza a comprender que cuando los puntos se unen de una cierta forma, y que después cambian su posición de una forma sincronizada, ordenada y lógica, es el momento correcto.


—Parece que ya está donde lo queríamos —inquiere el comandante.


—¡Deje de mirar en mi trabajo y póngase a hacer el suyo! —farfulla Geklakd con furia—. Falta poco, deben de prepararse.


Los puntos en pantalla comienzan a tomar la forma deseada. Las luces desplegadas, así como su transición en el tiempo sobre el monitor dan una secuencia lógica de los movimientos con l mayor precisión jamás vista. Es la nueva tecnología la que tiene la capacidad de dar una resolución que supera por creces a aquella con los mejores sistemas de localización que se han desarrollado en toda la historia: el uso de las neuronas de posición.


—Tenemos los datos, ¡es hora! —grita desde su silla el programador.


En ese momento los demás integrantes del escuadrón tomaron sus respectivos armamentos y comenzaron a bajar en la formación indicada. Todo perfectamente sincronizado.


En los cascos de todos los integrantes se despliega un mapa que indica la posición del objetivo a nivel habitación, mostrando incluso que está escondido detrás de un asiento y está mirando en dirección a la puerta. Toda aquella información es resultado de la obtención de los datos de las neuronas de posición del objetivo, mismas que son analizadas por un algoritmo de AI para poder sacar el mayor provecho de ellas. El resultado: un localizador infalible.


Mientras el resto del equipo se despliega alrededor de la zona donde se encuentra el objetivo de la misión, un chirrido causado por la fricción entre el asfalto y el caucho se hace presente en las cercanías del lugar. En las cámaras de seguridad se logra ver una camioneta avanzar por la acera; a pesar de que está infringiendo varias normas, los algoritmos no AI para la detección de ellos no son capaces de reconocerlo. Para dicho evento solo existe una explicación: quien conduce la camioneta es alguien que sabe sobre los sistemas de seguridad con AI, y que además conoce las debilidades del algoritmo de manera perfecta: alguien con acceso a toda esa información y con esas capacidades sólo puede ser una persona…


Frente a una tienda de helados se encuentra un vehículo estacionado, dentro de este hay cuatro personas: un hombre, una mujer y dos niños todavía en la primera década de vida. Pasados unos minutos los niños bajan del automóvil y comienzan a ordenar lo que va a ser el postre del día de hoy. A unas calles de ahí un escándalo se hace presente; debido a ello el automóvil frente la tienda de helados se pone en marcha y desaparece.


En el centro del meollo se encuentra una camioneta perfectamente identificada, a bordo se encuentra una única persona: Geklakd. A su costado está el comandante Aoasdh y su tripulación, así como algunos refuerzos.


—¡Imbécil! ¿En verdad creíste que por ser parte de nuestro equipo no te habían puesto el localizador? —grita el comandante, acompañado de una risa diabólica. Con sabor de venganza, justo como lo había esperado desde hacía tiempo—. Todos tenemos incrustados aquel receptor, no hay persona en el país que nazca y no se le incruste en el encéfalo, justo en la zona del hipocampo donde están las neuronas de posición. Así, no hay manera de que nadie escape —suelta una risa desesperada—. ¿En verdad creíste que podías vender toda esa información? ¡Sin que nos diéramos cuenta! Bueno, parece que ya sabes muchas cosas, y querer venderlas es una falta extremadamente grave, creo que conoces las consecuencias. No me hagas esto más placentero, simplemente ponte frente a una pared, yo haré el resto. Geklakd obedece, conoce perfectamente el final. No se escucha un disparo, pero la muerte del traidor es evidente.

Créditos imagen de portada: Pawel Nolbert on Unsplash.

Comments


bottom of page