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Me puede comunicar con...

  • Walter Andrei
  • 13 oct 2018
  • 4 Min. de lectura

Sobre mi agrietada mano reposa el nuevo dispositivo que ha lanzado Fari, la empresa de tecnología más grande de la época.

Con apenas un par de horas de haber sido lanzado, la expectativa sigue en lo más alto. La publicidad se ha encargado de ello, como de todo lo demás.


Es apenas del tamaño de la yema de mi dedo, tiene varias características que ya se habían visto con anterioridad —nada nuevo— me digo mientras inspecciono con el movimiento de mi córnea todo aquello que ya se me hace conocido, y que he sabido utilizar desde la primera vez que lo lanzaron.


Todavía recuerdo la primera vez que tuve la oportunidad de comprarme uno, una maravilla. Definitivamente era un lujo que casi nadie se podía dar, pero yo soy fanático de esas cosas; era imposible que pudiera perderme de ser uno de los primeros en descubrir lo espléndido detrás de apenas unos centímetros cuadrados. Claro que, como siempre, la primera versión tiene demasiadas fallas, pero, ¿a quién la importa? Era la novedad, el grito de la moda como osan llamarlo a veces. Mientras las fallas se hacían presentes para los desarrolladores, las novedades no dejaban de surgir para nosotros los usuarios, de esa manera nosotros nos maravillábamos de todo lo que podía ofrecer el nuevo dispositivo, así como descubríamos cómo controlarlo simplemente con el movimiento de la córnea, cosa que no resulta en lo absoluto sencillo debido a la sensibilidad de los sensores de movimiento colocados en la zona cercana al lagrimal —completamente imperceptibles ahora— y que son los encargados de la interacción con el dispositivo.

Pero ahora todo me resulta completamente conocido, más de lo que esperaba. Todo excepto un pequeño detalle:


¿Quieres hacer una videollamda, pero no tienes tiempo?


El letrero me toma por sorpresa. Que si quiero hacer una videollamada, pero no tengo tiempo, ¿qué clase de pregunta es esa? Supongo que, por mucho que tengas ganas de hacer una videollamada, si no tienes tiempo para hacerlo no lo haces, me resulta de los más intuitivo, pero el letrero me indica lo contrario.


Por unos momentos dudo si ingresar y ver lo que aquello era en realidad, pero me resulta estremecedor. Si tomo lo que dice de forma literal, no tengo necesidad de ocuparlo, tengo tiempo de sobra, por lo menos el día de hoy.


—Tal vez lo deje para otro día —me impongo, esperando no estar cometiendo un error catastrófico, y continúo observando las demás novedades de las que tanto se había dicho de las hordas de anuncios publicitarios que hicieron ahora de este dispositivo que tengo en la yema de mi dedo índice una necesidad.


Mientras indago por las diversas regiones del software para encontrar alguna cosa que me parezca desconocida, una solicitud de videollamada se hace presente. Justo debajo de ella aparecen los botones que todos conocemos, independientemente del dispositivo que ocupes: aceptar, rechazar. Pero al observar bien identifico que le han cambiado el texto que acompaña a dichos botones: tengo tiempo, no tengo tiempo, no me interesa.


Una necesidad casi infantil me hace querer probar todos los botones para descifrar lo que hace cada uno de ellos. Pero como siempre, solo puede seleccionar una opción. Decido la que me parece ser la del anterior aceptar.


Inmediatamente después la cara de Rogle se manifiesta, haciendo que mis fotopigmentos comiencen a reaccionar, mandando señales a mi cerebro, que identifica la presencia de mi amigo.

Un saludo es lo que viene inmediatamente después, mismo que regreso con algo de extrañeza por la repentina llamada, cuando hace apenas dos horas estuvimos juntos.


—¿Qué cuentas? —es el sonido que aparentemente acompaña a la imagen de su rostro, mientras su boca se mueve con gesto de alegría.


Espero a que siga, a que me haga el saludo que nosotros usualmente hacemos cuando nos vemos, o nos hablamos —cosas de jóvenes, quizás algunos comprenderán, otros no. Me resulta indiferente—. Pero la espera se alarga mucho más de lo que creía.


—Algo no va bien —me digo, esperando no tener razón. Pero, ¿qué puede ser? Hay pocas cosas que pueden salir mal, la conexión es estable, sin falla alguna; su imagen es completamente nítida, debe de ser él, la imagen no presenta ninguna deformación que me pudiera hacer pensar que es un montaje. Su voz es completamente idéntica a la que escuché cuando nos despedimos —de la misma forma que nos saludamos, por si querían saber—. No me quedan muchas opciones para dudar de que realmente es él quien se encuentra del otro lado de la pantalla. Pero no es él, podría haberlo notado a kilómetros. No es por su voz, ni su forma de vestir, mucho menos por cómo se ve; es por cómo actúa. Aquello que estoy viendo en mi pantalla no es la persona que yo conozco.

Me dispongo a cerrar la videollamada y contactarlo por otro medio —alguno debe de existir todavía, aunque con la fuerza que tienen las telecomunicaciones actualmente no hay otra además de la videollamada que presenciamos, todas las demás nadie las ocupa en lo absoluto, por tanto las empresas ya no le dan soporte—. Cuando mi córnea se ve desviada lo suficiente hacia un costado aparecen de nueva cuenta las opciones que puedo tomar ahora. De nuevo la confusión se hace presente, ya no hay solo una posibilidad, ahora son dos: colgar, dejar a Rwold.


¿Dejar a Rwold? ¡Cómo, si Rwold soy yo! No comprendo lo que quiere decir, pero a mi curiosidad no le interesa. Con un movimiento hago que se seleccione la segunda opción.


Es justo en ese momento cuando caigo en cuenta de lo que aquello debe de significar, y cuando en la pantalla aparece mi propia figura me confirma la sospecha.


Photo by rawpixel on Unsplash.


Aquella imagen mía en el dispositivo no soy yo en realidad, es una animación de mí mismo. ¡Un montaje! Mientras esto, en mis oídos comienzan a brotar palabras con mi tono de voz, tal y como si yo las estuviera diciendo. ¡Literalmente me está imitando!


Mientras sigo caminando me topo con uno de tantos anuncios publicitarios del dispositivo que acabo de adquirir, y todo toma forma cuando lo leo:


¿No tienes tiempo para hablar? Deja que la AI lo haga, ella te dirá lo más relevante de la charla sin que necesites presenciarlo. ¿No eres tú con quién habla? Tranquilo, poco a poco aprenderá y será igual a ti. ¡Garantizado!

Créditos imagen de portada: Deny Müller on Unsplash


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