Un día como cualquiera
- Walter Andrei
- 8 dic 2018
- 4 Min. de lectura

Tiene un rostro tranquilo, pero una mirada que penetra.
La veo desde una esquina, alejada de todos los demás —al igual que tú— me digo. Posiblemente rechazada por todos aquellos que nos rodean. Tal vez me equivoco y quiero que su vida sea igual a la mía: vacía.
Desde mi posición puedo observar la frialdad con la que observa a los demás, dejando en claro que no está interesada en entablar conversación con nadie más —justo como tú piensas— me vuelvo a atribuir.
La cabellera que le cae sobre los hombros es hermosa, casi imposible de pasar desapercibida; y aparentemente no he sido el único que la ha notado. Todos los que suben se percatan de su belleza y se acercan. Idiotas, no saben lo que les espera.
ya hemos pasado mi destino desde hace varias decenas de minutos, probablemente el día de hoy no voy a llegar a mi trabajo —tendré que inventar alguna excusa—. Y es que desde que la vi no he podido quitarle la mirada, aunque tenga que ser de forma esporádica, puedo deleitarme con su belleza, siempre y cuando ella no me esté mirando.
Resulta absurdo que yo siga aquí sentado, simplemente viéndola desde lejos sin acercarme siquiera un poco. Pero claro, tengo mis razones. La principal: el primero que se sentó junto a ella lo primero que obtuvo fue una bofetada, simplemente por intentar establecer conversación.
¡Una sola frase fue suficiente como para que su rostro quedara rojo e hinchado!
He observado también a todos los demás que han intentado acercarse a ella: todos son un fracaso. Muchos saben cómo acercarse a ellas, pero eso es porque se acercan a personas normales. Aquellas aburridas que todos conocen, que saben cómo tratar; que saben perfectamente lo que quieren. Así son la mayoría, y si eres de la mayoría eres aburrido, poco interesante. Pero claro, todos ellos se adjudican ser diferentes, quieren ser especiales. Lo que no saben es que, a ojos de los demás no son mas que una persona más. Claro que, aquellos que no son normales, no son considerados siquiera como personas.
La sigo mirando desde mi posición. Solitaria, callada, absorta en sus pensamientos.
—¿Qué estará pensando? —es lo primero que se me viene a la mente cuando veo a alguien más. desconozco qué podrá estar pasando por su mente—. Quizás está pensando en lo idiotas que son todos por verla de esa manera, o puede que los ignore y esté pensando en algo relacionado con su trabajo, posiblemente tiene problemas —como todos— debido a la popularización de los autómatas que están reemplazando a todos los trabajadores.
Parece que es un movimiento que se intentaba detener desde hace mucho tiempo, pero resulta que las empresas son las que mueven el mundo, y les convenía que fueran autómatas y no personas quienes hicieran los trabajos. Ahora el mundo está dividido: los que tienen trabajo y viven en las ciudades más impresionantes jamás vistas, con la más alta tecnología, el mejor rendimiento y una eficiencia monumental. Una verdadera metrópoli. Todos lo que no tienen habilidades para superar, de alguna manera, a uno de los autómatas, simple y sencillamente no pueden entrar a las ciudades y se quedan rezagados en las afueras, donde lo único que les queda es morir. Algunos de forma más lenta que otros, pero finalmente mueren. Los reportes indican que el tiempo promedio que pueden sobrevivir en las afueras es de un año, y por alguna extraña razón, cuando lo leí no me causó estrago alguno. Tampoco el saber que el número de vidas humanas perdidas en esas condiciones se acerca a los veinte millones por año. Finalmente es por mera probabilidad que, mientras más grande tu población, más posibilidad de que alguno tenga las características que estás buscando. Además, con las técnicas tan avanzadas de reproducción, hacer seres humanos se ha convertido en un negocio rentable, que deja una derrama económica impresionante; suficiente como para ser un negocio redondo que después de unos años se ha convertido en algo completamente normal. Crear humanos se ha vuelto algo que no implica regulación alguna, ya sea de carácter político, social e incluso ético. Se ha convertido en una actividad tan normal como antes era hacer dispositivos electrónicos y tirarlos a la basura. Solo que los humanos son biodegradables, los compuestos de silicio no tanto; y mucho menos las baterías de litio.
La sigo observando con toda atención, mientras he estado absorto en mis pensamientos no me he percatado de que siempre estuve mirándola fijamente. Aparentemente nunca se dio cuenta de mi mirada acosadora, porque su gesto sigue invariante, tal y como ha estado desde que la vi por vez primera.
veo cómo comienza a moverse, intento retirar la mirada de sus senos, pero me resulta imposible. Antes de que pueda apenas girar mi cabeza un par de grados, la de ella ya está en dirección a la mía. No sigue mi mirada para descubrir la sección de su cuerpo que estoy observando, simplemente postra su mirada en la mía. Cuando se encuentran... ¡No pasa nada!
Yo esperaba que algo más sucediera, tal y como en muchas ocasiones he leído que pasa. Pero me doy cuenta —una vez más— de que todo aquello que te dicen es basura, que no sirve de nada. Todo aquello no es más que un producto, el cual tienen que alardear para que creas que es una maravilla y sientas un deseo por tenerlo.
Veo su mirada, fría como el hielo, pero que resulta calentarme —por ley cero de la termodinámica: yo tengo menos temperatura que ella—. Siento cómo vamos llegando a un equilibrio térmico de forma exponencial. No sé si es por convección o por radiación, pero siento la necesidad de acercarme para obtener más. ¡Quiero más de lo que esté haciendo! Me provoca satisfacción, y todo lo que logre ese sentimiento debe de ser bueno.
Me acerco tanto como el otro hombre lo hizo, y las consecuencias son las mismas: recibo un golpe seco que me deja todo el rostro hinchado. Considero la posibilidad de replicarle su acto, pero lo pienso una vez más, y cuando lo hago todo hace sentido en mi cabeza.
¡Es uno de los autómatas que nos han quitado nuestro trabajo, nuestro poder, nuestra vida! Por eso su belleza descomunal, por eso su aislamiento, por eso su capacidad de calentarme por radiación infrarroja hasta una temperatura idónea. ¡Maldición, por eso es diferente! Los únicos normales en lo que queda de plantea son los seres humanos, totalmente aburridos; como las televisiones hoy en día: sólo sirven como desecho.

Photo by Franck V. on Unsplash.
Créditos imagen de portada: Alex Iby on Unsplash
Commentaires