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Otra distopía, ahora alimenticia

  • Walter Andrei
  • 22 sept 2018
  • 4 Min. de lectura

Había dos caminos frente a ellos, uno de regreso, y el otro que los llevaba lejos de donde habían venido.

—¿Pero por qué? Tan solo te exijo esa respuesta —era Grusol mientras jalaba de las ropas de su hermano mayor Lubian.

—Sabes perfectamente el motivo ¡Recuerda que yo no lo decidí! —Lubian gimoteaba mientras arrastraba con todas sus fuerzas a su hermano mientras caminaban por aquel lugar desolado, sin rastro alguno de vida, tan solo algunos pequeños oasis verdes que se distinguían a lo lejos pertenecientes a pequeños arbustos desérticos de tamaño medio—. Sabes que fue nuestro padre quien pidió que hiciéramos esto, justo después de su… —pero se detuvo al ver el rostro de su hermano comenzar a enrojecer, dejando ver entre sus ojos la aparición de algunas lágrimas.

Aún no podían superar lo que había sucedido. ¡Quién podría! El pequeño apenas estaba comenzando su vida, unos cuantos años nada más y ha sufrido lo que pocos en décadas.

Provenientes de la ahorraciudad de Loginbert los chicos habían recorrido más de una decena de kilómetros, siendo que, a pesar de ser considerada como una pequeña distancia, no lo era cuando consideras factores como la desnutrición y la deshidratación, y en este caso ambas les aquejaban, dejándolos a su suerte para lograr su cometido.

—Eso no fue exactamente lo que dijo papá cuando se lo llevaron unos hombres vestidos de gris, apenas y podía hablar, pero recuerdo muy bien lo que dijo —aseguró el pequeño niño sin poder ocultar algunas lágrimas que se le escurrían por los bordes de sus pómulos.

—Sea lo que sea que nuestro padre haya dicho, en ese entonces no había otro remedio, así las cosas tienen que ser para mantenernos vivos. En esa maldita ahorraciudad solo están cavando tumbas, no hacen otra cosa —Lubian sabía perfectamente que aquello que Grusol estaba diciendo era cierto.

Su padre no lo había dicho de manera literal.

—Pero, estando en su lecho de muerte quién puede pensar claramente —se dijo a sí mismo, quizás intentando ocultar sus verdaderos pensamientos o simplemente para reafirmar su decisión.

En la ahorraciudad habían sufrido hambre, una completa escasez de todos los productos básicos siquiera para mantenerse con vida, todo debido a los constantes recortes de alimento. Sin embargo, ninguno podría ser comparado con el que en los últimos meses sufrieron. Construida bajo el principio de ahorrar terreno y explotar la tierra a más no poder, sacando de ella la mayor cantidad de comida posible. Las condiciones de la ahorraciudad se habían visto altamente sobrepasados por la cantidad de habitantes que tenía, siendo ésta misma hambre la causante del deterioro de la investigación con respecto a las posibles soluciones para aquella catástrofe que se veía venir. Pero nadie tomó la iniciativa, convirtiéndose en algo cada vez más grande hasta que se volvió incontenible.

—Mira, a lo lejos se alcanza a ver el resplandor que tan solo una comparciudad puede tener, tal y como me lo había dicho anteriormente Prainor —era cierto lo que Lubian decía, aquel resplandor que una comparciudad tenía era inigualable a aquel que caracterizaba a una ahorraciudad.

Al ver cerca su destino ambos niños se dispusieron a utilizar sus últimas reservas de energía restantes para correr en dirección de lo que creían era su salvación.

Photo by Rodion Kutsaev on Unsplash.

—Te voy a ganar —le gritó el más grande a su pequeño hermano que venía haciendo todo lo posible por seguir los alargados pasos de su pariente.

Al acercarse más, un par de kilómetros de distancia de aquella ciudad ,su visión sufrió un vuelco inesperado, un colapso de sentimientos se hizo presente en sus mentes, teniendo como elementos principales la furia, el desespero, la irritación, pero principalmente la tristeza. Aquello que veían no era lo que esperaban ver. Apenas un resplandor de color verde se asomaba por las inmensas planicies que conformaban el lugar, dejando ver que eso no era lo que esperaban encontrar, y que además no les sería de gran ayuda.

Cuando llegaron a la entrada de la ciudad no tuvieron necesidad de que alguien se los confirmara, el mismo letrero de bienvenida mostraba la situación que aquellos habitantes estaban viviendo. Descuidado por completo, se encontraba girando en la dirección en que los vientos lo golpearan, impulsado por una torca generada por el único clavo que lo mantenía sobre el suelo; y mientras se retorcía generaba aquel sonido característico de los lugares en los que sabes jamás deberías de pararte, porque lo único que pueden ofrecer son problemas.

Una sombre pasó frente a ellos corriendo, como si se intentara ocultar.

—No temas, vinimos en paz —dijo Lubian sin poder ocultar el miedo que sentía, además de la fuerte opresión que ver sus esperanzas caídas implicaba.

La figura salió de entre las ruinas que los rodeaban, sus ropas estaban corroídas y completamente rasgadas.

—¿Tienen comida? —les exigió saber la figura, con voz apenas audible debido a lo seco de sus labios. Su cuerpo no era mayor al que un esqueleto viviente a escasos días de su muerte pudiera tener. Sus costillas eran notorias a pesar de la presencia de la vestimenta.

—¿Disculpa? —preguntó Grusol completamente confundido, buscó a su alrededor la presencia de más personas, pero si las había ninguna acudió a su encuentro además de la que estaba frente a ellos.

—¡Que si tienen comida escuincles! —gritó el hombre haciendo un gesto con la cara que hacía notar su decepción al comprender que no tenían comida.

—Vinimos en busca de ella ¿Es que aquí no tienen?

—¡Por supuesto que no, por eso estoy así que no ves! —el rostro de la figura se comenzó a trastornar mientras algo parecía estarse cruzando por su mente—. Aunque, puede que ahora sí la tengamos, no importa que aquí compartamos todo.

—¿Lo dice en serio? —preguntó el hermano menor con aires de esperanza.

—¿De dónde la sacaron? —se apuró a agregar el otro.

—Ha sido como un milagro, uno que ha venido caminando desde muy lejos aparentemente —la figura lanzó un grito que provocó que salieran sus semejantes a su encuentro—. Sí nos alcanza… Uno será el plato fuerte y el pequeño será el postre.

Créditos imagen de portada: Caterina Beleffi on Unsplash.


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