¡Mamá, mamá! Mira el...
- Walter Andrei
- 15 sept 2018
- 4 Min. de lectura

El cielo completamente despejado daba la oportunidad de poder disfrutar del espectáculo, ni mucho calor, ni poco; solo lo suficiente.
La cantidad de radiación presente hacía soportable el estar bajo los rayos luminosos provenientes del sol, siendo la atmósfera la que absorbía ciertas frecuencias a las que oscilan los campos eléctricos y magnéticos que componen las ondas electromagnéticas que genera nuestra estrella central.
Cuando las condiciones climatológicas son óptimas —como en este caso— las personas tienden a hacer algún tipo de esfuerzo para salir de su rutina y hacer algo diferente a lo habitual. Esta situación no era diferente para los Ojanrp, quienes están dispuestos a salir unos momentos de su rutina y visitar alguno de los lugares que no conocen del lugar en donde habitan. Una ciudad en constante crecimiento es lo que les rodea, haciéndolos sentir como pequeños núcleos atómicos en comparación con el diámetro del átomo completo. Las edificaciones son providenciales, unas verdaderas obras de arte, con materiales tan diversos que los conos se tienen que combinar de formas totalmente diferentes para dar sensación de existencia a cada color que se asoma —aunque siempre sabremos que domina el verde—. Caminan por la acera, haciendo algo que usualmente no hacen, finalmente es un "lindo día".
—¿Ya estás listo para ver todos esos animales? —argumenta una voz a un costado del pequeño Hentr que no deja de ver las estructuras que lo rodean. Jamás las había admirado, pero no es porque nunca pasen por este rumbo, sino porque dentro de su medio de transporte lleva uno de los nuevos dispositivos que hacen de todo, literalmente. Mientras lo va ocupando jamás pone atención a la calle, y mucho menos a las construcciones que únicamente le tapan el sol, pero que con alta precisión su dispositivo compensa pixel por pixel.
—¡Sí! —le contesta con entusiasmo el niño a su padre.

—¡Qué bien! Estos lugares son espectaculares. Recuerdo cuando era joven... —comienza a decirle otra voz masculina al costado del niño, y mientras lo hace el padre del pequeño voltea los ojos hacia atrás de forma graciosa, haciendo que su hijo suelte una ligera risita— ¡Basta! No estoy tan viejo. Bueno, da igual. Hace años, cuando visitaba los zoológicos me volvía loco. ¡En verdad! Me encantaba poder ver la cantidad de otros seres vivos con los que compartimos nuestro planeta, cada uno con diferente tamaño, color, forma, pero todos vivos a final de cuentas. Una verdadera maravilla.
—¿Cuántos crees que veamos el día de hoy? —inquiere Hentr con dulzura.
Photo by JESHOOTS.COM on Unsplash
—Supongo que deben de tener más que antes, no lo sé. Pero de lo que sí estoy seguro es de que te vas a divertir mucho, te lo aseguro.
El letrero se hacía evidente a la distancia, resplandeciente desde la distancia, aunque pasando casi desapercibido por la alta contaminación visual que lo rodea. Una mueca de extrañeza se asoma en los dos hombres adultos que acompañaban al niño, mientras que el rostro del pequeño no había perdido en lo absoluto su lucidez.
A pesar de la apariencia tan diferente del lugar a como ellos recordaban debía ser un zoológico, no bajan el ritmo y llegan al ingreso.
Aparentemente a muchos otros se les ocurrió la misma idea, porque la fila se extendía lo suficiente como para una espera de más de una hora. Los adultos llegaron a pensar en salirse y mejor visitar algún otro lugar, sin embargo al ver la cara de Hentr, llena de entusiasmo por entrar a aquel lugar mágico del que le habían estado hablando todo el camino, tuvieron que optar por quedarse y esperar su turno.
El tiempo pasó más rápido de lo que habían pensado, y pronto ya estaban apenas a un par de lugares para entrar. Uno de los trabajadores del lugar fue pasando para preguntarles a los visitantes sobre el tipo de ingreso que iban a solicitar.
—¡El que incluya todos los animales! —contestó eufórico Hentr.
—No nos va a alcanzar el tiempo cariño, son muchos...
—Perdón, pero se equivoca —interrumpe la voz del trabajador—. Alcanza sin problema alguno, son unas cuantas horas —mira su reloj— pero sin problemas alcanzan.
—Quiere decir que es un zoológico pequeño, ¿cierto? —inquiere el papá de Hentr.
—Al contrario, es de los que más especies tiene.
—¿Cómo puede ser eso posible? He notado que casi no tienen espacio.
—Es correcto, pero quién quiere tanto espacio desperdiciado; tenemos el suficiente.
—No le entiendo —le contesta el acompañante de Hentr y su papá.
—Es muy sencillo, únicamente se necesita espacio para que las personas caminen algunos metros sin chocar, nada más. Los cascos no permiten alejarse más de un par de metros.
—¿Cuáles lentes? —replican bruscamente ambos adultos.
—Los que se ocupan para ver a los animales obviamente, los gráficos son excelentes, mejor que si los estuviera viendo de forma real sinceramente.

—¡Ya no tienen animales vivos! ¿Por qué? —replica el padre de Hentr.
—No estaba enterado por lo visto. No, ya no se tienen animales en los zoológicos. ¡Se estaban muriendo por la contaminación de las ciudades! Muchas especies se perdieron por mantenerlas en cautiverio. Ahora todos los zoológicos muestran a los animales en realidad virtual, ya no hay otra manera de verlos.
Después de aquello ya no hubo discusión, compraron los boletos y entraron.
Al salir no parecían tan decepcionados como cuando entraron, de hecho se veían bastante felices. Sin embargo algo llamó la atención de Hentr.
Photo by Chaz McGregor on Unsplash
Una mirada, una que ya había visto antes. Fue unos años después de la muerte de su madre, él ya no era tan pequeño como en aquel entonces, cuando el incidente tenía cuatro años, ahora ya iba a cumplir los nueve. Hentr y su papá fueron a la reunión de la familia de su madre, tal y como se había acordado. Aquella ocasión fue cuando vio por vez primera esa mirada, fue por parte de su tío cuando recién iban llegando y los vio entrar. La diferencia a los años anteriores era que en lugar de entrar solo dos personas, ahora entraron tres, todos hombres. Ese día su tío se le acercó a Hentr y le preguntó con desprecio:
—¿Qué se siente? —refiriéndose a la nueva relación de su padre.
—No lo sé, ¿qué se debe de sentir?
Créditos imagen de portada: Seth Macey on Unsplash
Comments