¿Ahora a dónde vas Alicia? (Parte III)
- Walter Andrei
- 21 jun 2019
- 4 Min. de lectura

"[...] Finalmente llega el momento de la cabeza. Primero los ojos, después la boca y poco a poco el cuello. Cuando termino, doy por sentado que estoy en perfectas condiciones físicas. Ergo, comienzo a incorporarme."
Al hacerlo lo hago mirando al suelo, para ver contra lo que se ha enfrentado mi rostro en esta ocasión: piezas de mármol en tono marrón. Conforme me levanto del piso puedo apreciar la perfecta simetría entre las figuras generadas por las decenas de piezas de mármol que conforman un pasillo que desde mi perspectiva resulta infinito.
—Parece que no te han enseñado buenos modales —rompe con la armonía del silencio la misma voz que me ha encerrado en mis pensamientos mientras disfrutaba del hedor emanado por el ambiente— ¡Te he hecho una pregunta!
No me dispongo a contestar porque no soy capaz siquiera de recordar la pregunta. No le informo de ello, simplemente me mantengo con la cabeza gacha y la boca cerrada. Intento encontrar alguna relación entre su voz y alguna que conozca, resulta en un fracaso, de lo único que soy consciente es que pertenece a una mujer; de ahí en fuera su procedencia es un misterio.
Continúo mirando el pasillo, esperando que poco a poco se vaya acortando y muestre su final. ¡Qué tontería! Mientras más lo veo más largo me parece, tanto como para estar en condiciones de afirmar que las piezas de mármol son como los números reales: un conjunto infinito contable. Y quisiera ser yo quien tuviera la tarea de contarlos.
—Prefiero los fraccionales —afirma la voz inmutable. Intento aparentar mi desinterés, pero resulta en vano, se ha percatado de mi reacción—. Son infinitos, por donde lo veas, incluso entre dos números reales puedes encontrar infinitos fraccionales, eso los hace más poderosos, capaces de adaptarse a cualquier situación, porque siempre encuentran lugar dónde aparecer; incluso en ambos lados de la recta numérica.
Aquello me hace recapitular mi situación. Termino por levantarme, con un ligero mareo, pero capaz de estar en pie.
Cuando logro establecer una posición fija y estable, me pongo a observar. Al rededor mío hay puertas, algunas de madera, otras de acero, de plástico y otros materiales que no logro reconocer. Todas ellas se extienden la misma distancia que las piezas de mármol, rodeando las primeras a las últimas, dándome la impresión de que estoy encerrado en un pasillo sin salida, con puertas corroídas por el tiempo viéndome por todas direcciones. Por una de ellas se asoma la mujer que me ha estado hablando, y de la que tengo la hipótesis que me ha tirado desde un principio.
—Sé que te sientes acorralado, pero debes de saber una cosa: siempre has estado encerrado, jamás has sido libre.
Cuando acaba la frase se ríe con gran intensidad, es en ese momento cuando me percato de su presencia. Colocada en las afueras de una de las puertas una mujer con ojos oscuros, cara desencajada y cabellos hechos una maraña, me espera, vestida con una capa negra que le llega hasta los talones. A pesar de la descripción, me parece atractiva a la vista. Sus manos son pequeñas, con una piel que se asoma a instantes por debajo de las faldas de la capa que lleva puesta.
Miro con desdén su actuación, la recorro de pies a cabeza una y otra vez, sin razón alguna; hasta que algo más llama mi atención. Justo en un costado de donde está la puerta hay una pequeña banca de madera con apenas un metro de longitud. Tiene un colorido peculiar, mismo que va de acuerdo con las muestras del paso del tiempo que hacen del banco un excelente acompañamiento del ambiente que me rodea, escaso de aire fresco, vestido en penumbras y con crujidos emanados por sus inmortales habitantes hechos de materiales inertes. Sobre del banco diviso un palo hecho con madera resplandeciente, lúcida y brillante. Mi atención se dirige a tal objeto, con el cual ya estoy imaginando mi siguiente paso.
No permito que la mujer acabe su risa, acciono mis músculos, activando mi sistema nervioso central; todo con la intención de aventar a la mujer dentro de la habitación que se esconde detrás de la puerta. Una vez que lo he logrado —escucho cómo truenan los huesos al golpear la gélida consistencia del piso— acerco mi mano al palo, lo tomo y comienzo a golpear en todas direcciones mientras ingreso con rapidez al cuarto oscuro donde he lanzado a la mujer.
Me abalanzo contra el aire, golpeo en todas direcciones con el palo. Siento la fricción del aire con mis brazos con cada movimiento que hago.
La habitación está totalmente oscura, me resulta imposible ver algo. Sin embargo, mientras me muevo de un lado para otro lanzando golpes, logro dar con las cuatro paredes, poco distantes una de la otra, lo que deja a mi objetivo completamente encerrado. Justo al golpear la cuarta pared e imaginarme la forma de la habitación, me acerco al centro, lugar donde encuentro posible dar justo en mi objetivo. ¡Y lo hago!
Siento las consecuencias de la tercera ley de Newton aplicada al golpe en contra de la mujer. Suelta un gemido sobrenatural mientras salgo de la habitación. Una vez fuera volteo a ver el palo.
De un extremo está goteando, pareciera como si lo hubieran quebrado, y se estuviera desangrando, esperando el momento de su muerte agonizante. Los chorros color rojizo intenso caen desde las alturas para dar en contra del frío suelo de mármol. Al caer, las gotas modifican las formas tan perfectamente geométricas mientras caen, dejando a su paso un rastro de la incapacidad del mundo de seguir una dimensión entera, exigiendo a gritos que sea fraccional.
No soporto verlo más, pero no suelto el palo. Intento alejarme lo más posible de él, pero soy incapaz de soltar el pedazo de madera, ese mismo que es capaz de corromper con la belleza de los acoplamientos de cadenas de carbono y otros elementos simples que conforman la vida. La misma vida que yo tengo y disfruto.
Reacio a seguir con la persecución a mi objetivo, camino hacia atrás, cada vez con mayor velocidad. Retrocedo tanto como puedo, hasta que pierdo el equilibrio y me veo obligado a recargarme en una de las puertas. Miro hacia enfrente, lo que veo me sorprende de sobremanera: un libro.
CONTINUARÁ...
Créditos imagen de portada: Jeremy Thomas on Unsplash
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