¿Ahora a dónde vas Alicia? (Parte I)
- Walter Andrei
- 21 jun 2019
- 4 Min. de lectura

Abro los ojos. Un mundo colorido me rodea.
Lo observo detenidamente. Predominan los tonos pastel, haciendo que el lugar que me rodea parezca como un algodón de azúcar, suave, esponjoso y dulce. Miro a mi alrededor, pareciera desierto. Giro sobre mi propio eje para tener un panorama completo.
Decenas de figuras esperan ser vistas cuando apenas comienzo a girar, aparecen como por arte de magia. No lo cuestiono, sólo observo.
Todas son mujeres, uniformadas hasta la última pestaña, como si de una coreografía se tratase. Las observo con más detenimiento. Los colores de sus vestidos son pertenecientes a la misma gama de los que prevalecen a mi alrededor.
Una sonata suena en el lugar: omnipresente. Por más que quiero identificar el lugar de donde procede la música, me resulta imposible; y mientras suena, las jóvenes agitan todo su cuerpo en un deleitante baile, perfectamente sincronizado.
Saltos por aquí, vueltas de carro por allá, se toman de las manos, unas avientan por los aires a otras; pareciera como si fuera un grupo de porristas de preparatoria. ¡Pero no lo son! Sus movimientos son delicados, precisos, majestuosos; algo más cercano a la danza que el lago de los cisnes acostumbra. Sin embargo no resulta aburrida, mucho menos tediosa; simplemente te atrapa al observarla, como si de hipnosis se hablara.
Mi mente deja de funcionar, simplemente está ocupada en disfrutar la maravilla que ante mis ojos se presenta.
En la lejanía me parece escuchar una voz, delicada, dulce, inmadura. Pero me resulta imposible comprender lo que dice.
Algo jala de mis ropas —oscuras en su totalidad, rompiendo la armonía que mi rededor presenta, amargando su dulzura, colocando espinas en la delicadeza al tacto—. Hago caso omiso de ello y continúo admirando la danza, que con cada octava que sube la música, se vuelve más intensa.
—Tengo hambre, dame algo de comer —la voz otra vez. En esta ocasión me resulta posible comprender lo que dice.
Pierdo la concentración en la danza, y mi mente explota por ello. Un intenso dolor se hace presente en el centro de mi cabeza. Insoportable como un parásito que se adueña de su presa y se apodera de sus capacidades para satisfacer su sed.
El dolor me supera y caigo rendido en el suelo, me pongo de cuclillas mientras con mis manos aprieto con todas mis fuerzas mi cabeza. Hago tal presión que siento mis huesos crujir, y cuando lo hacen me siento bien, lo disfruto.
—Quiero algo de comer —insiste la voz, ahora con una dureza abrumadora.
El silencio después de su petición me atrapa y sorprende. La música ha desaparecido en su totalidad, dejando un lugar desolado a su paso. A pesar de que mis alrededores siguen igual que al principio, las bailarinas han desaparecido por completo junto con la música. El vacío me rodea, como si estuviera a la deriva en el espacio exterior. Miro en todas direcciones, no veo absolutamente nada, tan solo un cielo color rosado retocado con pinceladas en tonos azul que sirven como nubes.
Calosfríos me recorre la médula espinal, obligándome a hacerme un ovillo para soportar la intensidad del viento. Mi capa oscura ha desaparecido, ahora sólo he quedado con una camisa blanca sin mangas.
—¡Dame algo de comer! —inquiere una vez más la voz, retomando aquel dulce tono que en un principio identifiqué.
Giro mi cabeza en todas direcciones: nada, absolutamente nada me rodea.
Espero por otra intervención de la voz para poder identificar su procedencia, pero nunca llega.
Recorro una vez más todo mi alrededor: todo sigue igual, vacío. Hasta que regreso a mi punto de partida.
Suelto un grito insoportable incluso para mí mismo, mientras lo hago doy un salto que pareciera haber sido de cientos de metros. Siento y escucho mi corazón latir, es una bestia a todo galope recorriendo kilómetros y kilómetros en segundos. Empero, durante toda mi exaltación no perdí de vista la figura que me provocó tal susto.
Espero a que mi corazón vuelva a su ritmo usual, y mientras lo hago escucho el eco amenazador de mi grito, que prevalece dada la falta de objetos que me rodeen.
—Tengo hambre, quiero algo de comer —repite la frase la niña. Ahora me he percatado que es una niña de la que proviene la voz. Su estatura es suficiente para llegar a mi cintura, pero no más. Se acerca con paso lento, pero no dudoso. No muestra temor alguno por mi presencia, al contrario, actúa como si tuviera tiempo esperando mi llegada. Con cada paso que da se va detallando su figura., y me permite admirar su belleza infantil. Son unos pómulos rosados lo primero que llama la atención de su rostro, incrustados en una cara con piel frágil y desnuda. Su rostro no es fino y sensual —como el de las jóvenes que danzaban, de las cuales tengo apenas vagos recuerdos—, al contrario, es tosco, quizás un poco gordo; no sobrepasado, sino término pachoncito. En aquel rostro resplandecen dos canicas, ambas con un perímetro totalmente blanco y en su centro un tono opuesto, totalmente oscuro. El resto de sus ojos está formado por una combinación de tonalidades magistral: con vestigios de colores miel, pasando por un verde acuoso, y culminando con un azul poco intenso, pero que da los retoques necesarios para que sea una extravagancia.
Mientras se acerca su figura a la mía no mueve en momento alguno la dirección de su mirada, la tiene fija en mí. Me niego a moverme, prefiero que sea ella la que se detenga ante mí. Y eso hace, instantes antes de golpear mis espinillas con la punta de sus zapatos. Cuando se detiene admiro su vestimenta: es la misma que la de las bailarinas. Los tonos de su vestido le ayudan a parecer una persona tierna, hacen que sus ojos brillen bajo la luz del intenso sol.
El viento deja de aquejar, abriendo paso a un intenso calor consecuencia de los rayos provenientes del sol. Comienzo a sudar, mis axilas escurren, lo mismo que mi cabeza. Me toco dichas partes para comprobar que es agua con otros compuestos minerales lo que se emana de ahí. Cuando acerco las manos a mis axilas, una pieza de tela me impide tocar mi piel rasgada y seca. Volteo a verme: ya no tengo una camiseta, ahora visto el mismo vestido fluorescente que la niña y las bailarinas.
CONTINUARÁ...
Créditos imagen de portada: Efe Kurnaz Moreau on Unsplash
Comments