¿A qué escala escribes?
- Walter Andrei
- 22 dic 2018
- 4 Min. de lectura

Me siento a un costado de mi computador portátil. Acomodo lo necesario para poder comenzar.
Tomo la silla más cercana que tengo, la coloco frente a mi escritorio. Me siento con rudeza, apurado por no perder la idea. Hace algunos minutos la idea cayó en mi mente, ahora intento exportarla sin perder nada de lo que por mi cabeza pasó. Una dificultad que pocos logran superar.
Acerco mi dispositivo lo más que puedo para tener la mayor comodidad que me es posible antes de que por mi cabeza pueda pasar cualquier otra cosa y pierda aquello que me ha hecho desconectarme del mundo para poder plasmarlo en señales binarias, interpretadas como valores enteros, que se les asignan a los caracteres que mi pantalla despliega con cada movimiento que hacen mis extremidades superiores sobre el hardware de ingreso de texto.
Estoy seguro de que la idea sigue ahí —o eso espero— pero tengo un conflicto. ¿Cómo empezar?
Solo aquellos que han pasado por la necesidad de comenzar algo podrán comprender lo que implica esa decisión. Aunque en un principio no lo pareciera, el comienzo es el que define todo lo restante. Un buen comienzo te asegura un buen desenlace, pero uno malo....
Las primeras palabras son complicadas. Escribes una, después otra; cuando vas por la cuarta y la frase comienza a tener sentido: te arrepientes y consideras que esa no es la mejor manera de comenzar aquella historia que revelará ese pensamiento que llevas cargando desde hace tiempo, haciendo hasta lo imposible por que no se pierda.
Era un día soleado, me dispongo a caminar por la acera que rodea mi hogar.
Esa es una buena manera de comenzar con el relato, por lo menos me da la oportunidad de partir de ese momento para desarrollar mi historia.
El sol, con su radiación en la frecuencia del infrarrojo, permite que la primera ley de la termodinámica entre en acción gracias a uno de los términos que modifican la energía de un cuerpo: el calor.
Llega el momento de preguntarse ¿qué va a hacer el personaje? ¿Para qué lo he creado? ¿Cuál es la razón de su existencia? ¿Por qué va a ocupar aquel espacio en la memoria de mi ordenador?
La respuesta no es clara, lo dudo por unos momentos. ¿Que puede hacer aquel personaje? Ni siquiera tiene rasgos físicos definidos, muchos menos personalidad ni comportamiento conocido. Lo único que sé es que existe, y que hay una razón por la que lo he creado.
¡Ya sé! Vamos a hacerlo cuestionarse a sí mismo.
Mientras ando por la soledad de la urbanización actual, todos inmersos en sus dispositivos electrónicos, absortos de lo que les rodea; las respuestas aparecen antes que las preguntas mismas. Observo a los demás y no puedo llegar a ver a mis semejantes, sino a cadenas de carbono bien apiladas, yendo en contra de la segunda ley de la termodinámica —corrección, no lo hacen. La segunda ley aplica para sistemas aislados, no para abiertos—. Intento verlos de otra manera, quizás como simple materia, misma de la que todo el universo está compuesta.
Todo va tomando forma, la trama se va pintando sola. Pero claro, ¿qué hace seguir a mi personaje? No puede quedarse frustrado por siempre, ¿o sí? ¿Quién impide que aquello que he creado, que no es más que un cambio en la polarización de un material magnético, pueda ser como quiera? ¿Cuántas veces se ha preguntado un bit qué es lo que quiere ser? ¿O la razón por la que lo es?
Sigo avanzando, intentando comprender lo que mis ojos ven a mis alrededores. En la lejanía una señora de mediana edad va acompañada de una criatura de apenas unos cuantos desgastes notorios en la piel.
—Más cadenas de carbono bien acomodadas, esperando reducir lo más posible la entropía: incluso por debajo del cero. Todo aparenta ser idéntico entre ambas estructuras llenas de hidratos de carbono, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos: todo un zoológico de macromoléculas. Pareciera como si hubiera sido clonado el DNA y ambos tuvieran el mismo fenotipo, sin alteración epigenética alguna. Tan iguales que hasta la extensión de una de sus extremidades brilla de la misma manera: un dispositivo móvil —mi voz se va trastornando, cada vez más huraña y quejumbrosa—. A nadie le extraña ver a un semejante con uno de estos pegado en la mano, lo que sí les extraña es aquel que les pregunta por la razón de llevarlo siempre pegado a su cuerpo, sin poder dejarlo siquiera unos instantes. A eso yo le llamo dependencia, palabra que no les agrada escuchar; pero seamos sinceros: lo disfrutan.
Mis manos vuelan sobre las teclas que definen la señal eléctrica que el software va a detectar para poder almacenar y mostrar exactamente lo que mi cabeza está queriendo decir.
Regreso a mi casa.
—He tenido lo necesario, ahora es momento de plasmarlo —mientras lo digo tomo una silla, me acerco a mi escritorio. Acerco lo más que puedo mi máquina de escribir, tan antigua como se ha podido—. Las primeras palabras son las más poderosas, hay que saber elegirlas; el resto de la historia va saliendo sola.

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¿Qué ha sucedido? ¿Cómo ha pasado aquello? ¿Qué ha hecho que mi personaje —binario— tenga la capacidad de escribir, de relatar algo? Más que eso, ¿cómo ha obtenido esa inspiración? ¿Qué ha hecho para que le llegara la inspiración? ¿Cómo la obtuvo? ¿Qué hizo que quisiera escribir sobre algún tema? ¿Qué tema a elegido? ¿Por qué ese tema? ¿Qué le ha llamado la atención de ello? ¿Por qué es lo suficientemente importante como para plasmarlo en tinta?
Las preguntas no acaban, pero es cierto. Las mismas preguntas que le he hecho son las que yo me hago al darme cuenta de que yo también he comenzado a escribir, que he creado algo a partir de una idea. ¿Cómo ha llegado esa idea a mi mente? ¿Por qué la he escrito? Como siempre, las preguntas superan por mucho a las respuestas. Pero de algo estoy seguro, no soy el único que se las ha formulado. Peor aún, seguro que quien me escribió también se las hizo. ¡Y también el que lo escribió a él! ¡Y el que escribió al que escribió al que me escribió!
¡Todo en estructura de atractor extraño, de fractal! Una belleza que se repite a cualquier escala. Ahora mi última pregunta, ¿a qué escala estaré yo?
Créditos imagen de portada: Álvaro Serrano on Unsplash
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